miércoles, 1 de junio de 2011

El poeta de la victoria

De Píndaro se dice que es comparable con Homero, cada cual en su género respectivo. El de Píndaro eran los epinicios, (un subgénero de los himnos y las odas) que se cantaban en honor a los atletas ganadores de alguna competencia en los Juegos Panhelénicos, aunque también escribió himnos, trenos, peanes y odas.
Al hablar de Píndaro es imposible no hacerlo de estas importantes contiendas celebradas en la antigua Grecia que tenían varios objetivos. Los griegos pensaban en la perfección del cuerpo humano como en un reflejo del espíritu de los hombres, por lo cual lo uno debía ir aunado a lo otro. Lo bello, la belleza, la fortaleza de todo un pueblo, la gloria. Eso es la victoria en la obra de Píndaro, es el complemento perfecto de lo que él describe como dones innatos del hombre griego, pues al proclamarse como ganador, recibe además las gracias que los dioses le envían.
De este modo, los Juegos Panhelénicos constaban de varias competencias tanto físicas como artísticas, organizadas de la siguiente manera: los Juegos Olímpicos, predecesores de los actuales y que como ahora, pertenecían al campo deportivo y se celebraban en Olimpia; los Píticos, que eran poéticos, para honrar a Apolo y las musas; los Juegos Nemeos, de competencia de jinetes y los Ístmicos, dedicados a Poseidón y las Oceánidas.
Cada Olimpiada (medida de tiempo de la antigua Grecia de cuatro años), se intercalaban los juegos en los distintos años para asegurar que un atleta pudiese participar en varias de las competencias y así mostrarse como un campeón completo. Por supuesto, además de talento natural, el atleta debía contar con las riquezas necesarias para costear el entrenamiento, traslado y cualquier otro gasto que pudiese surgir. Fuera de esos sencillos requisitos, podían participar hombres de todos los territorios de Grecia. 



Cuando un joven deportista resultaba victorioso, se convertía en una especie de héroe para su pueblo de origen, y regresaba para ser honrado como tal.


Así pues, el oficio de Píndaro consistía en escribir y componer por encargos, eso sí, epinicios que fuesen cantados con el fin de glorificar al ganador. Al parecer los honorarios eran copiosos, pues alcanzaban bien para que el poeta dedicara los versos más dulces, más inspirados, acaso aduladores y exagerados al enaltecido atleta.
En un fragmento del epinicio A Hagesídamo, vencedor en el pugilato (lucha con los puños, antecedente del boxeo) encontramos:

Al hijo seductor de Arquéstrato
he elogiado, pues le vi vencer con la fuerza de su puño
junto al altar de Olimpia
en aquella ocasión:
poseía esa mezcla de hermosura externa
y lozanía que antaño a Ganímedes

En donde resulta el cumplido más grande la comparación que el poeta hace del atleta Hagesídamo con Ganímides, el muchacho del que, según la mitología, Zeus se enamoró, raptó e hizo de él su copero, con vida y juventud eternas.
Así pues, con veinte años de edad, el joven Píndaro ya había escrito su X Pítica, con la que ganó se convirtió en un renombrado poeta que recorría las principales cortes de Grecia.
Admirador de Tebas pero nacido en Beocia, Píndaro incluyó entre su obra composiciones dedicadas a la primera. Además utiliza fuertes mensajes morales y religiosos, en donde los dioses embellecen su estilo, son casi ornamentos.
Las imágenes en su poesía muchas veces consideradas demasiado complejas, en realidad lo son con subjetividad; los estudiosos de su sintaxis se encuentran con que es demasiado libre, y los filólogos tienen dificultades para la comprensión precisa de su poesía. Sin embargo e irónicamente, la nobleza de Píndaro reside en que resulta grata al oído, alegra el espíritu aun de los menos entendidos en literatura y termina por importar poco qué tanto de la mitología que menciona se comprende porque más bien es para los sentidos, para regocijarse.
Por: Andrea Orozco

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